¿Quién soy?, os estaréis preguntando.
Les podría decir que me llamo Víctor Figueroa, que tengo 48 años y vivo en Jaén, España. También podría contarles cómo un Licenciado en Química se enamoró perdidamente del mundillo del emprendimiento y terminó trabajando en la Administración Pública de Andalucía apoyando y asesorando a personas emprendedoras y empresas.
Sin embargo, antes de que me conozcan un poquito mejor y les pueda hablar sobre mí y de los temas que me apasionan, les voy a contar una historia que he vivido recientemente, que les pondrá en situación y servirá de antesala a los siguientes textos que comparta próximamente con ustedes. Además, entenderán en qué momento de mi vida me encuentro y el porqué del título de mi escrito.
Hace apenas unas semanas, aprovechando la Semana Santa, emprendí un viaje junto a mi familia hacia Costa Rica, un país bañado por la exuberante belleza natural que siempre ha atraído a viajeros de todo el mundo.
Podría hablaros de la colosal figura del volcán Arenal o del maravilloso río Celeste cuando visitamos La Fortuna; también podría detenerme para hablar sobre Puriscal, un refugio sereno entre montañas donde la autenticidad rural se entrelaza con la hospitalidad costarricense, ofreciendo un oasis de tranquilidad y aventura en medio de la naturaleza exuberante; y cómo no citar el Parque Natural Manuel Antonio, con sus playas de arena blanca, su exuberante vegetación y su diversidad de vida silvestre, incluyendo monos, perezosos y aves tropicales.
Sin embargo, este viaje ha sido mucho más que una simple visita turística; ha sido un viaje hacia lo más profundo de mí mismo, un viaje para reconectarme con mis raíces y descubrir una parte de mi identidad que había estado oculta por mucho tiempo. Déjenme que les cuente y entenderán por qué.
Hace casi medio siglo que nací en Comayagüela, Honduras, si bien cuando contaba con algo más de 2 años nos volvimos para España, donde residimos desde entonces. Digo volvimos porque mi padre marchó de Honduras hasta nuestro país, en concreto hacia Granada, para estudiar Medicina, allí conoció a mi madre, se casaron… pero esa es otra historia, que quizás algún día os cuente.
Como les decía, desde que nos asentamos en España nunca había vuelto a Latinoamérica (hasta recién) y el contacto con mi familia paterna se había limitado a algunas llamadas telefónicas con mi abuela Adylia o mi tía Belinda por mi cumpleaños o por Navidad. Debido al trabajo de mi padre, médico de profesión, hemos estado viviendo en varios pueblos de la provincia de Granada y Jaén, especialmente. Cada cierto tiempo tocaba hacer mudanza y comenzar de nuevo en otro sitio donde hacer nuevos amigos en un nuevo colegio o instituto.
Con el paso de los años veía cómo mis amigos tenían y mantenían un grupo de amigos “de toda la vida”, sin embargo, yo “clasificaba” a los míos en función del sitio o del periodo escolar durante el que estuve residiendo. Es decir, compartía clase y jugaba con mis amigos, pero no compartía sus costumbres ni raíces.
Siempre había valorado mi carácter extrovertido, precisamente por la circunstancia de viajar de un pueblo a otro y tener que cambiar de colegio o instituto varias veces, pues al final cada uno de esos cambios a los que me enfrenté me ayudaron a ser muy sociable y afable con todo el mundo.
Con el paso de los años, en mi mente, pensaba que no necesitaba esa parte de mi vida que residía en Latam, que podía vivir plenamente sin conocer mis raíces. Iluso de mí, ¡qué equivocado estaba!
Mi reciente viaje a Costa Rica me ha enseñado que nuestras raíces son fundamentales para sentirnos completos y entender quiénes somos realmente. No es solo el país donde mi abuela, Adylia, vivió y dejó su legado como notaria y poeta, es también el lugar donde encontré esa parte de mí mismo que había estado buscando durante mucho tiempo casi sin saberlo y que me permitió reconciliarme con mis ancestros. Les diré que tuve la oportunidad de visitar su tumba y honrar su memoria, cogido de la mano del resto de mis familiares mientras mi padre le dedicaba unas hermosas palabras, viviendo uno de los momentos más emocionantes de mi vida.
Este viaje ha cambiado mi perspectiva de manera profunda, alimentando mi anhelo de seguir explorando mis raíces latinoamericanas, visitando nuevos países y conociendo a nuevas personas. A través de esta experiencia, he aprendido que cuando nos sentimos perdidos o confundidos, a menudo es necesario mirar hacia atrás, hacia nuestras raíces, para encontrar el camino hacia adelante para seguir creciendo con firmeza y alineados con el legado de nuestros ancestros.
Conectar con mi sangre latina ha sido una experiencia transformadora. A través de mi papel como Coordinador General del Centro de Pensamiento ODS, he tenido el privilegio de conocer a mujeres inspiradoras que me han ayudado a reconectar con mis raíces y entender la importancia de preservar nuestra identidad cultural. Gracias, compañeras, amigas, por haber encendido una llama que estoy seguro jamás se apagará.
Estoy ansioso por seguir explorando mis raíces y descubrir todo lo que este hermoso continente tiene para ofrecer. ¡Hasta pronto, Latinoamérica!
Antes de terminar, quiero compartirles un poema perteneciente a una canción que le compuse a mi abuela Rosario, quien estoy seguro estará encantada de compartir con mi abuela Adylia.
Os quiero…
Todavía huelo el blanco y negro
Aún siento sobre mi cabeza tu beso
Ese que me acompañaba en mi sueño
Todavía me siento un niño en tus manos
Aún veo que nunca alcanzaré tu sabiduría
Pues tu arrugada mirada ya le enseñó algo a la vida
Todavía sigue siendo mi esperanza
Poder verte antes de que emprendas tu viaje
Y en tu maleta meteré todos los besos que te traje
Quiero que respires el color de las flores
El rojo de mi corazón
Mezclado con el sabor de un ayer de honores
Quiero ver tu mirada con la ilusión de un niño
El inocente juicio de tu amor
Mezclado con el sabor de un presente de cariño
Quiero ver tus manos trabajadas sin pedir nada
Sin querer siquiera la luz
Mezclada con la sombra de un futuro que se escapa
Todavía pienso que la vida es injusta
Si envejece lo bueno y no lo conserva
Todavía pienso que la vida es quimera
Si enloquece al tiempo y no lo espera
Todavía huelo el blanco y negro
Y ojalá la vida fuera una risa eterna
Pues te has ganado con todo el derecho
Que estas flores sean para ti… abuela
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