Para un barco sin destino, un capitán a la deriva.

¿Qué quieres para tú vida y qué estás generando?

Por:  Elena Baixauli Gallego
Escritora, conferenciante motivacional.

Durante mucho tiempo hemos buscado la Felicidad fuera de nosotros, pensando que tal vez conseguir grandes logros en la vida, tener un trabajo reconocido profesionalmente, rodearnos de personas o estar en pareja, nos harán sentir ese eterno elixir al que llamamos felicidad. Sin ser conscientes que el bienestar psicológico, la calma o la paz, se encuentran en nuestro interior. Pensamos que la felicidad es que los demás estén bien, si cuidamos de ellos y son felices, nosotros también lo seremos, pero el orden es este caso es inverso, si nosotros estamos bien, los demás también lo estarán, nosotros creamos nuestro mundo y nuestras relaciones en función de nosotros mismos, somos el centro, el pilar, por lo que nuestra salud mental y física, condiciona la forma de ver y entender las relaciones con los demás.

Nuestra búsqueda de la felicidad, va unido a la necesidad de aceptación, por eso realizamos el giro y tratamos de agradar siempre a los demás y evitar que los demás se enfaden, ya que uno de nuestros grandes miedos es, el miedo al rechazo. Vivir de cara al exterior, con el objetivo de hacer felices a los demás, es muchas veces un camino de sacrificio, renuncia y frustración, que nos aleja de nuestra esencia como ser humano.

La realidad es que vivimos para los demás, pues nos han enseñado, que pensar en nosotros mismos es ser egoístas. Por otra parte, la sociedad nos empuja a ser perfectos, a no permitirnos ningún error, por ello estamos siempre sumidos en la autocrítica y en los sentimientos de culpa que generan.

¡Cuántas veces nos hemos ido de compras y hemos llegado a casa, alegres por haber comprado muchos paquetes para nuestros hijos o nuestra pareja, pero no hemos comprado nada para nosotros mismos! Nuestra defensa es que ellos lo necesitan, pero nosotros, ¿necesitamos ropa, zapatos, ir a la peluquería o a un spa?

Cuando en algún momento realizamos algo en nuestro beneficio, nos sentimos culpables por ello, ya que creemos que no nos lo merecemos, e incluso llegamos a pensar que no merecemos ser felices o que nos ocurran cosas buenas, pues no somos tan importantes.

En nuestra cabeza cada día resuenan los “tengo que…” o “debería…” que nos lleva a ir corriendo todo el día con la sensación de no llegar a ningún sitio y de no estar aprovechando el tiempo.

Siempre que pienso en “debería” recuerdo una canción de niña “Tengo, tengo, tengo, tú no tienes nada, tengo tres ovejas en una cabaña…”, es decir, las personas no estamos obligados a hacer la mayoría de las cosas que resuenan una y otra vez en nuestra cabeza, ya que la mayoría de las obligaciones que nos imponemos a nosotros mismos, no son obligaciones legales. Los deberes nos agotan física y mentalmente y en muchas ocasiones, nos enferman, pues el nivel de exigencia es tan alto, que nos colocamos la capa de superman o superwoman, creyendo que podemos con todo, intentando llegar a un listado infinito de actividades, descuidando nuestro autocuidado, no delegando en los demás funciones, roles o actividades y sin pedir ayuda a los demás.

Nuestro grado de autoexigencia, se convierte en exigencia hacia nosotros, ya que nunca hemos puesto límite a los demás, así que, “si yo creo que debo…”, también lo creen los demás, al final las presiones que sentimos vienen de dentro y de fuera, es entonces cuando empezamos a sobrevivir, es decir dejar pasar los días, esperando que lleguen tiempos mejores. Como decía John Lennon: “la vida es aquello que pasa mientras estás esperando”, luego, no podemos dejar pasar los días, porque no van a volver.

Mario Andrade, en su poema “Mi alma tiene prisa”, cuenta que sólo tenemos dos vidas y la segunda comienza en el momento en el que nos damos cuenta de que sólo tenemos una. Vivimos como si fuéramos a vivir eternamente, sin ser conscientes, que el hoy no va a volver. Por eso, somos nuestro propio capitán, disfrutando del momento presente, siendo consciente de qué necesito en cada momento, aprendiendo a escuchar mi mente, mi cuerpo y mi alma, ya que si dejamos pasar los días llegaremos a la vejez, con la sensación de no haber vivido lo suficiente, de no haber hecho muchas cosas y de haber dejado muchos deberes por hacer.

Erich Fromm dijo “vivir es nacer a cada instante”, es un renacer cada día, desde mi propio yo, conectando con mi esencia y tomando las riendas de nuestra vida, pues sólo nosotros sabemos realmente qué necesitamos, cómo poder encontrar la calma, que, en un mundo tan complejo, es difícil de percibir.

La autocrítica y la culpabilidad nos alejan del sentimiento de plenitud y tranquilidad.

Aprendamos a desaprender, empecemos por conocernos mejor, hacer un análisis en profundidad de quiénes somos, centrándonos en aquellos logros, metas, que hemos conseguido desde pequeños hasta la actualidad, con el objeto de poner el foco en los resultados, no en lo que podríamos haber hecho o lo que nos falta todavía.

Por otro lado, pensamos en nuestras cualidades, habilidades positivas nuestras, en qué nos gusta hacer, sin pensar en ser prepotentes ni egoístas, todo lo contrario, pensando en nosotros mismos. Mirarnos al espejo y reconocer todo lo bueno que tenemos y vemos en nosotros. Si queremos terminar nuestra evaluación, el último paso es perdonar. Perdonar a otras personas es fácil, pero perdonarnos a nosotros mismos es algo imperdonable. Nuestros errores, fallos, debilidades, las consideramos más importantes y siempre nuestra culpa nos lleva a castigarnos continuamente sobre lo que hemos o estamos haciendo, con el sentimiento de inseguridad, de no valoración o de creencia de que no merecemos que nos ocurran grandes cosas o buenas, en nuestra vida.

El perdón nos hace libres, nos ayuda a reconocer que somos exactamente iguales a los demás y que tenemos derecho a ser y existir.

Aceptación y perdón, para ser siempre nosotros y no cambiar nunca, siendo fieles a nuestros principios y valores.

Y como buen capitán pongo rumbo a mi destino. Mi destino son los sueños, las metas que queremos conseguir, los lugares a los que queremos llegar.

 

Sin un rumbo fijo terminamos a la deriva, el mar no está exento de mareas, tormentas y huracanas y podemos terminar perdidos o en un enclave hostil y muy alejado de lo que habíamos soñado.

Las personas estamos hechos de sueños, si dejamos de soñar morimos, morimos en vida, pues nuestros días son iguales y perdemos la motivación y la ilusión por vivir.

Soñar en grande, tener más de un sueño, más grandes y pequeños, aquellos que, a medio o largo plazo, nos hacen creer que estamos más cerca de ser quienes nos gustaría ser y no, aquellos que deberíamos ser. Cerrar los ojos e imaginar todo lo que nos gustaría conseguir y después generar una estrategia para pasar a la acción, soñar, visualizar, creer y lograr. Imaginar que somos capaces y a corto plazo empezar un camino que a pesar de los fracasos u obstáculos que nos de la vida, podamos siempre seguir hacia adelante, pues no existe mayor maestro que el fracaso, sin error no hay aprendizaje.

El capitán está seguro de sí mismo, pues la experiencia de la navegación por la vida, le pinta el pelo de blanco, el corazón de cicatrices cosidas con oro y el rostro de arrugas de sabiduría. Y le llena el alma de sueños de aventuras que aún quedan muchas por recorrer.

Yo soy la capitana de mi barco, ¿y tú qué quieres ser?

 

 

¡No dejes nunca de soñar!