Aún hoy podemos leer o escuchar en medios de comunicación expresiones como “crimen pasional” o “violencia intra-familiar” para informar sobre casos de feminicidios, es decir, asesinatos de mujeres por razones de género (Toledo, 2009), sin que ello nos alarme, sin ser conscientes de que el uso del lenguaje repercute de forma directa en la construcción de imaginarios sexistas que buscan (y consiguen) la minimización del terrorismo machista y la consolidación de roles y estereotipos que potencian la justificación de estos hechos. Este uso intencionado del lenguaje debemos englobarlo dentro de todo un sistema de poder sustentado en un patriarcado omnipresente, y que, de forma consciente o no, también invade el periodismo.
Ser periodista implica una gran responsabilidad que se acentúa a la hora de informar y/o investigar hechos relacionados directa o indirectamente con la violencia misógina. La ausencia de una formación en género entre estudiantes y profesionales de la información ha provocado históricamente que las y los periodistas desinformemos a los públicos, en muchas ocasiones sin ni tan siquiera ser conscientes de ello; simplemente por nuestras carencias formativas en género contribuimos a construir imaginarios sexistas y justificar o minimizar la
violencia machista. En otras ocasiones, lamentablemente, el uso de un lenguaje sexista y no inclusivo (Bengoechea, Calero; 2003) o la elección de una terminología errónea o inexacta no responden a las carencias formativas, sino a un pensamiento sexista arraigado en medios y pseudoperiodistas que hacen alarde de su robusta misoginia a través de su trabajo.
Muestra de esta ausencia de sensibilidad y de formación es que mientras el público exige que un/a periodista que habla o escribe de política sepa de política, o que un/a periodista deportivo sea un experto en deportes, no se exige, en cambio, (al menos no lo suficiente) que un/a periodista tenga formación en género, cuando es algo que nos afecta en todos los campos y sectores, ya que el machismo y la violencia sexista es transversal en la sociedad.
El Periodismo: arma de cambio para hacer visible lo invisible
La permisividad social en relación al menosprecio y la violencia contra la mujer ha sido históricamente potenciada como consecuencia de las normas de conducta patriarcales (lenguajes morales), los prejuicios e, incluso, legislaciones misóginas que amparan la violencia contras las mujeres. En este punto debemos plantearnos:
¿Para qué sirve y qué papel juega el periodismo en la prevención y erradicación de la violencia machista?
El periodismo no se puede limitar a trasladar un mensaje a los públicos o a narrar un hecho sin más, amparado en una supuesta búsqueda de la objetividad. El periodismo debe explicar, contextualizar e interpretar los hechos ya que, de no ser así, es muy probable que la información sea incompleta, cayendo en el riesgo de derivar en procesos de desinformación (Galdón, 2007).
Los medios son reflejo de la sociedad y viceversa. La calidad democrática de un Estado se ve dimensionada en sus medios, en la calidad de los mismos y la honestidad de sus periodistas. Por ello hoy más que nunca se hace imprescindible recurrir a la ética, a los valores, a los principios, a la libertad y la autonomía como ejes innegociables del nuevo periodismo. Al mismo tiempo, la sociedad puede y debe exigir valores irrenunciables en el periodismo y en los/as periodistas, y de no ser respetados medios y profesionales deben ser reprobados por los públicos. Como señala el periodista colombiano Javier Darío Restrepo (2004), referente en el campo de la ética, no se puede ser neutral ante las injusticias, entre ellas el terrorismo machista. No se puede mirar hacia otro lado ante actitudes sexistas, ni como periodistas, ni como ciudadanos. Como indica, Ryszard Kapuscinski (2002) reportero, ensayista y referente en el campo de la ética periodística, el informador no puede limitarse a ser un mero instrumento, una mercancía. El/la periodista es antes de todo persona, y no hay periodismo posible al margen de la relación con los otros seres humanos; para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas jamás podrán ser buenos/as periodistas.
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